lunes, 15 de junio de 2015

Una roca tallada se alza impune en la esquina
y ante mí se cierne lo inexorable.
La cherube amable con su voz inerte,
nos llama, a nuestro ruego inmune.
Yo no he pedido ni esto ni nada
Maldición celestial, no ha de ser mi destino.
No busco dominio que no sea el de mi ser.
¿Quien posa este camino sobre un simple mortal?
Y ¡coróname! le grito, tan altivo y tan inerte.
Yo Hombre entre los Hombres. 
Tú injusto entre los injustos.
Pues yacen mis plantas en el cielo negro y en las paredes el fuego verde.
Y este camino que no es camino sino que son pasos que aun no se han dado.
Y esa lira que no vas a tocar, cuerdas a medio quitar.
Medio tan maníaco, Idiota sin cielo, sin boca.
Lagartijas en puñado arrastrándose surgieron de cada orificio del cráneo de mi ancestro
y en su siseo se advertía el mandamiento y gritaban todas.
Gritaban desde las cuencas vacías del Edén.
Siseo infernal que mis oídos taladre.
Esta partitura de melodías en blanco para tu funeral.
Y desde la azotea los carroñeros contemplan.
Inertes, absortos, tu hipnótico andar.
Vamos, mírame con otros ojos.
Contempla mi ataúd de farol y velo arder.
Ya no eres tú el fuego, ahora arde mi piel y mis pupilas revientan.
Cantarán los jinetes una canción de paso y le pediré un viaje sin vuelta.
Escucha como arde.
¡Mírenlo sin pena quienes tanto lo desearon!
Contemplen como caen las murallas más infames. 
Has de andar por siempre sin ser.
Tan harto, sin ver.
Que estén tus sueños plagados de la putrefacción más completa.
De mi piel, si gustas.
Pero que en tu boca no ha de arder.
Y no podrá ya mas esta baranda detener mis andares.
Y las aguas se alzan de nuevo, sepáralas con tu voz por puro capricho.
Que no te vea llorar la luna.
Y miro de nuevo los pasos y ahora ¡coróname! él me grita.
Y he de huir.
Agridulce destino, menester sinsabor.
No es labor de dolor y me alza a mí sin querer.
¡No deseo este deber!
La bestia desde el rincón me llama
Postrado cual estatua. Tan oro. Tan cuero.
Decicorne.
Me mira con ojos de fuego en sabana.
Huyo en mi mente y huyo de nuevo.
Lo escucho gritar y la vista no vuelvo.
La casa de los Dátiles se quema y no hay flor del desierto.
Y arde hasta la arena, me entra en los ojos.
Le he rogado mil vidas, le he rogado eones enteros al gran vacío que nada es.
Nuevo Eden, maldición eterna. Ayuno de ayunos, ayuno del ser.
Vívoras han de andar de nuevo, y el fruto prohibido será el de tus piernas.
Maldito prejuicio de lunes temprano.
Y maldita la furia del cielo infinito.
Tu cuerpo Bendito.
Eva de mis voces.
Déjame morir siendo un hombre santo.

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