En los días nadie lo nota. En las noches no
hay nadie allí para notarlo. Para ver que tu nombre está destinado a una
lápida.
En los días eres feliz, pero en la cama llegan
los miedos y las preguntas sin respuesta; hasta que con el tiempo te acabas
acostumbrando al insomnio, lo guardas como un tesoro preciado. Le otorgas un
aire intelectual y lo comentas con orgullo.
— ¡Adivina qué! ¡Estoy en el cuadro de honor!—
—Eso no es nada primito, yo tengo insomnio
crónico. —
Suena estúpido (de hecho lo es) pero acabas
dándole un lugar en el aparador a pesar de que su voz sea la que te rompe el
alma lentamente. casi como una maquina de tortura que deja caer gotas de agua
que con los años quiebran tu espíritu.
Decides que la mejor manera de dejar de
tropezare con la piedra era empezar a caer al suelo con más estilo. Y conforme
pasa el tiempo empiezas a cambiar. Dejas de ser tú y te vuelves una foto
antigua de ti mismo: Gris, gastada, cansada. Una versión de ti que no puede olvidar
porque no conoce más que el pasado. Una versión de ti que sabe bien que hagas
lo que hagas nunca serás suficientemente bueno.
Esa versión gastada de ti decide una tarde
acudir a ese bar de esquina que lleva allí mas años que tus abuelos. Pides lo
mismo de siempre y el mesero va hacia la barra mientras tú piensas que ese
hombre cada día está más gordo. Finges prestarle atención a un partido de
futmamadas o algo así realmente ni te
interesa. Para ti es sólo una tarde cualquiera porque todas las tardes son
iguales.
Alguien grita un "Gol" seco cerca de
tu oído, pero ni siquiera te apetece reclamar. Has llegado al punto en el que
ni siquiera te interesa fingir. La única manera es "Como sea".
Culpa a quien te haga falta, ríe con quien
quieras, no tengas misericordia del castigado.
Cúlpate de todo, ríete de tu desgracia, no
tengas misericordia quien se oculta en el espejo.
En la noche te recuerda que no eres ni un
héroe ni un intelectual ni una mierda. Eres un cobarde y allí termina la lista.
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