La página en blanco
siempre me hace angustiarme un poco, no me tranquilizo en un rato: intento
ordenar mis ideas, escribo y borro. Lo hago una y otra vez, casi como un mantra
tibetano, profundo y hondo. Intento combinar las letras en palabras y de ahí en
oraciones, pero no, trato de hacer malabares y todo se me cae al piso, y de
nuevo no tengo nada.
De pronto algo surge,
una pequeña chispa que lo enciende todo y mis dedos bailan rápidamente
creándote frases tras frase. Exactamente lo que quería decir. Parece que hoy
navegamos a sotavento. ¿Qué mar de literatura recorreremos hoy, capitán? Pero
no, avanzar es un sueño imposible y perdemos el rumbo.
Esa voz aparece
siempre mientras empiezo un nuevo párrafo
Me dice que deje de lado el papel y busque otra cosa que hacer, supongo
que es la voz de alguna parte de mi a la que no le gusta sentirse frustrado. No
la culpo. A veces su voz no hace más que sacudirme un poco, pero de cuando en
cuando causa terremotos y acabo cediendo. Creo que esta es una de esas veces.
Otra página casi en blanco, otra vez que he renunciado, otra carta que no te
escribo.
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