Seguramente al escuchar el titulo de esta historia pensaste algo así como Oh este cuento seguro trata de las aventuras de un pepino con ojos y piernas el cual vive en una ensaladera o alguna mafufada por el estilo. Pinches ideas mariguanas, yo le hecho la culpa a Disney por hacer que la gente imagine tanta cosa.
Pues no: el señor Pepino es una persona común y corriente como tú o como yo, y vive en una ciudad común y corriente como la nuestra; ya sabes a qué me refiero ¿no? Gente que se gana la vida robando a otros, asesinos en serie que se sientan junto a ti en el camión, curas rezándole al Padre (al Padre Maciel, tal vez; no me he molestado en ver a cual padre le rezan con tanto fervor), los temibles roba-chicos... y por supuesto, los hombres tlacuache que viven en las alcantarillas... En fin, me tomaría años contarte de los peligros que nos asolan en cada esquina, además de que este cuento no trata de eso, sino del señor Pepino.
El señor Pepino es un señor de 76 años que vive en una choza hecha de barriles a un lado de las vías del tren. Él vive felizmente de pepenar la basura que los mugrosos turistas echan en las vías, de robar de vez en cuando en los trenes, de cazar ratas y de sus acciones de Microsoft. Le encantaba su vida solitaria y humilde, a las afueras de la ciudad, alejado de los citadinos imbéciles. Hasta que un día unos empleados del gobierno fueron a decirle que debía desalojar su casa, pues necesitaban espacio para las vías del nuevo tren bala supersónico. Así fue como el Señor Pepino debió dejar atrás su hogar e ir a la ciudad en busca de una nueva casa. Dejó su choza de barriles al lado de las vías del tren por una choza de ladrillos más o menos decente, construida justo a la mitad de una concurrida avenida.
Como allí había policías el señor Pepino no podía robar, pues a los policías no les agrada la competencia, así que debió buscar un trabajo normal. Pensó que podría trabajar en una sexshop o un table dance, pero el único lugar en el que consiguió empleo fue en la oficina de correos. Allí él se entretenía viendo los dibujillos pendejillos de las estampillas, jugando con el contenido de algunos paquetes que abría, y revisando los apartados postales de la gente... Pero por las noches no podía dejar de pensar en su choza de barriles junto a las vías del tren... Hasta que de pronto una mañana algo quebró la quietud cuando el sonido de unos gritos lo despertó. Voto por voto, casilla por casilla. El grito de mil voces al unísono manifestándose en medio de la avenida dónde él vivía. Entonces lo entendió: si él no podía hacer nada, el gobierno tendría que hacerlo. Así que el señor Pepino se fue hacia la oficina del gobierno a hablar con el gobierno.
Después de tres días, de explicarle a todo el personal lo que le había pasado, de gastarse todo su cambio en una maquina expendedora para conseguir una barrita de piña, de esperar horas y horas en la sala de espera, de llenar 36 veces la solicitud para que le entregaran una forma 4B sellada, de pedir fiadas dos docenas de copias de lado y lado de su credencial de elector, y de hablar por 20 minutos con un hombre feo y gordo al que todos llamaban "Señor Gobernador", se decidió que se le daría un trabajo en el tren bala y así podría estar cerca de las vías del tren.
Al principio fue divertido: no había tantos citadinos imbéciles. Pero con el tiempo dejó de serlo: No podía asaltar a los pasajeros, ni había ratas que cazar (aunque llegó a ver un tlacuache en una ocasión) y sus acciones de Microsoft estaban a la baja... los días eran largos y aburridos, y no hacía más que comer barritas de piña de la máquina expendedora (la cual sí funcionaba, al contrario de la del gobierno) y mirar por la ventana, pero en uno de esos aburrido días, tras de un par de paquetes de barras de piña, lo vio, un pequeño barril tirado al lado de las vías del tren bala. Lo vio, sonrió, y dicen que nunca más lo vieron en el tren, y que las barras de piña se quedaron en la máquina hasta que caducaron.
El señor Pepino es un señor de 77 años que vive en una choza hecha de barriles a un lado de las vías del tren bala. Él vive felizmente de pepenar la basura que los mugrosos turistas echan en las vías, de robar de vez una que otra maquina expendedora, de cazar ratas y de sus acciones de Microsoft (que han estado a la alza) y déjenme decírcelos: Nunca había visto a nadie ser tan feliz.
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