Si en ti no hay miedo. En ti no hay nada, querida.
Entiende que a veces ni pienso, ni quiero, ni soy.
Discúlpame si me callo, pero dime ¿Valió la pena?
Ni contestes: Ni ese instante vales.
Pero prefiero perderlo todo si me aleja de ti.
Hasta a mí mismo me pierdo.
Pues tantas de mis palabras te pertenecieron,
y oré porque fuera mi voz grata a tus momentos.
Le oré a tu Dios para hacer mía tu mano.
Porque nunca se agotase el caudal de nuestros días.
Y te los llevaste.
Te llevaste mi voz y mis suspiros.
No los quiero de vuelta.
Porque me perdí en mí mismo, y en mí mismo me hallé.
Acepto mi parte, admito mi error.
He ahí la diferencia.
Ni siquiera te mereces un adiós.
No me duele el corazón, más bien me duele la cabeza.
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